El alzacola rojizo (Erythropygia galactotes) es una de esas aves que pasan desapercibidas para la mayoría, pero que encierra un enorme valor natural y cultural. Discreto, de movimientos nerviosos y con una cola que no deja de agitar, este pájaro migrador pasa los veranos en la Península Ibérica antes de regresar a África. Su canto, a veces imitando a otras especies, resuena en los paisajes cálidos del sur durante los meses más calurosos.

En las últimas décadas, su población ha sufrido un fuerte declive en España, lo que le ha llevado a ser catalogado como especie en peligro de extinción. Las causas principales son la transformación del medio agrícola tradicional, la intensificación del uso del suelo y la desaparición de hábitats como los viñedos viejos, olivares extensivos o linderos con matorral.

En la provincia de Cádiz, el alzacola encuentra uno de sus últimos refugios, sobre todo en los viñedos tradicionales del Marco de Jerez. Estos viñedos, con calles amplias, muros de piedra y un manejo más respetuoso con la biodiversidad, ofrecen alimento y refugio a esta especie tan ligada a los paisajes mediterráneos de secano.

Conservar al alzacola no es solo una cuestión de biodiversidad; también lo es de identidad y de paisaje. Proteger sus hábitats es proteger una forma de entender y cuidar el campo que, en lugares como Cádiz, aún sobrevive gracias a quienes apuestan por una agricultura más sostenible.

 
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